Por eso se la conoce así, como la isla de la felicidad en la que el ritmo pausado y la desconexión mandan. Eso sí, el viejo proverbio lo tiene claro: «Quien ve Groix, ve felicidad». Aunque es una delicia fresco, también hay que probar el pescado ahumado de forma artesanal en Les Fumaisons de Groix, el taller de Maxime Quiltu y Patrick Saigot.