Buenos días a usted también, madre – respondí. Joder, la madre que lo parió, cómo le gusta sobar la cama. Escaneo mi cerebro, preguntándome cómo puedo dejarlo entrar. Desayuna – ordenó mi madre – y cuida que desayune la avoa6Abuela. —Pues que has aparcado delante de la salida de emergencia del teatro, nada más. —Gracias, dile a tu amiga que coja un poco de agua fría para ponerla en la cara del Negro; le irá bien. El agua tibia me hizo bien, resbalando por mis mejillas, por mi espalda, por mis muslos. Algo cayó en las redes, rapaza – contestó, y sin que mi madre lo advirtiera extrajo un paquete de cigarrillos Winston de uno de los bolsillos de su pantalón y me lo entregó con disimulo. La madre de Uxía nos atiborró a cocido. Come en mi casa y así tendremos más tiempo para ensayar – me propuso Uxía. También es amigo de Black ☆ Star a causa de sus personalidades similares, supervigo pero al mismo tiempo puede no coincidir con su longitud de onda. Bruno enarcó las cejas y aspiró con dedicación a la causa una profunda calada. Bruno se evaporó en un hálito gris con la última calada del porro y Uxía ya no era más que una madeja que me comprimía el músculo hasta tronzarlo.
Risueña, salvaje Uxía. Me aseguré de haber deslizado el pestillo del cuarto de baño con un rápido vistazo y me entregué al placer pensando en sus dedos juguetones y sus labios carnosos como la pulpa de una fruta exótica. Ya a solas me confesé a mí misma que, después de todo, Bruno podía haber estado en lo cierto. Olía a él. Me gustaba.378 Jack abrió la puerta por mí y nos metimos los dos en su coche. Cerró la puerta con cuidado y se despojó de la camiseta. Pero mira que eres boba – dijo extendiendo el brazo y ofreciéndome la camiseta – Quédatela tú, para el concierto. Nos mostró una camiseta de fútbol. La conversación se centró demasiado pronto en el fútbol y en la testosterona. Advertí que Clemen, un rocker al que solíamos ver por el paseo marítimo, se entretenía sacando la lengua y dedicando peinetas a los entusiastas del fútbol y el orgullo nacional. Ya lo sé, no hace falta que me lo traduzcas, capulla – espeté herida en mi orgullo. Lo que es seguro es que de la falta de prestaciones no hay ni rastro.
—Estoy seguro de que no. Es probable que no estuviera seguro de lo que había entre nosotras, o que ni siquiera se atreviera a planteárselo, pero de alguna manera mi presencia le resultaba incómoda y no lo ocultaba. Su mirada me atravesaba, como la de un centinela que da el alto. Él me sostuvo la mirada con expresión cerrada. No estoy segura. Su intensa mirada aumentó. Maruxa era un pajarillo de manos entrelazadas y mirada errante que se mantenía del aire contenido entre las paredes de casa, probando bocado a desgana, con el habla perdida por la afasia. Cuándo volverás a casa, tita? Nada, madre, solo que llego tarde a clase – mentí con un hilo de voz. Eh, tía. Nada, aquí, haciendo negocio. Eh, Goio, ¿qué manejo te traes? —¡Venga, era una broma! Yuto se dio cuenta de que era el único que podía detenerlo ahora. —Sí, pero, dejando a un lado la expresión, es mejor evitar tener que oírla. Tap. Tap. Tap. Solo que en esta ocasión me hallaba al otro lado de la vitrina. Tap. Tap. Tap. Lo supe. Tap. Me hallaba en un lugar nuevo si bien de algún modo familiar.
Luz eléctrica. Tap. Tap. Salivando. Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. Súbitamente me cegaron unas luces blancas y brillantes. Un escalofrío húmedo me recorrió la nuca, tal que si una babosa se arrastrara por el sinuoso trayecto bajo la base de mi cráneo y tuviera como fin adentrarse en el conducto auditivo. Mucha laca. Base de maquillaje de color blanco. Una carnicería de A Coruña de la que me marché con el estómago revuelto por la impactante imagen de caretas de cerdo y cabezas de cordero y a la que nunca quise regresar. Brujo peruano viene a La Coruña con una calavera recién desenterrada… Un hechicero llega a Galicia para exorcizar a la selección de Perú ante su partido inicial en el estadio de Riazor – leí. Mi corazón dio un vuelco ante su sugerencia. Hay una movida que le trae de cabeza y de la que no suelta prenda en casa. Quería marcharse a casa.
Era hora de levantarse, de olvidar toda ensoñación lúgubre y, decididamente, de darme una ducha. Vagamente reconocible. Me costaba identificarlo porque mi punto de vista era insólito, un incómodo contrapicado que mostraba cada objeto a contraluz. —Apuesto a que pensó que estaba a punto de tener sexo. Aunque estoy molesta por mi equipo, tengo que tragarme una carcajada, porque no creo que mi papá estuviera apoyando a alguien teniendo sexo con la novia de Connelly si supiera que soy yo. —¿Tienes nuestras transcripciones, chandal del boca juniors papá? Miro a Marcantonio. —¿ —¿Algo como la música clásica, por ejemplo? Eran las siete de la mañana, Jeff se levantó de la cama, se puso su ropa clásica, y se fue abajo a desayunar, mientras murmullaba. Trepan por los bordes de la cama, por el edredón, por su cabello dorado, por sus brazos desnudos. El rizado cabello de Uxía dejó de ser una colcha suave que me amparaba y se volvió una ristra de filamentos viscosos extendiéndose en torno a mí, que acabaron por aprisionarme.
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